Las plantas alucinógenas son consideradas maestras espirituales, puentes hacia otras dimensiones, curanderas y mensajeras de los dioses. Con una estructura química capaz de alterar la percepción de la realidad, conducen a quien las ingiere al éxtasis trascendental o a oscuros abismos transpersonales. Su uso se remonta a los inicios de las sociedades, y no puede decirse que hoy sea una costumbre extinta: grupos de las procedencias más exóticas (aborígenes, psicólogos trascendentales, místicos, curanderos, artistas, científicos y comunidades psicodélicas en diferentes escalas de viaje expansivo) siguen transitando la ruta de las infinitas maravillas vegetales. Para los peregrinos de este culto, América es la meca. No sólo contiene al jardín botánico más vasto del planeta sino que también ha sido cuna de tribus con un ímpetu investigador que no se conoció en otras longitudes. Una amplia variedad de hojas, lianas, cortezas, flores, semillas, hongos y pulpas vegetales fueron experimentados en maneras exquisitas y milimétricas combinaciones. Cada bio-región ofrendó a sus primitivos habitantes una puerta verde siempre abierta al más allá de la tercera dimensión. Lejos de declararlas ilegales, muchos pueblos indígenas se convirtieron en devotos de las savias, y se entregaron a sus misterios desarrollando, en torno a ellas, geométricas cosmologías y santuarios edificados sobre la visión colectiva.